Si
“el infierno son los demás”, nosotros también somos el de ellos. Procuremos
quemarnos y quemar menos. Las individualidades cuentan mucho, ya que componen
el todo del que formamos parte. Nos guste o no reconocerlo, lo de que el aleteo
de una mariposa acaba provocando un huracán, es cierto. Si cada uno
embelleciera la fachada de su casa, la ciudad luciría más bonita. Pero como el vecino no
lo hace, yo tampoco, y así se forma la cadena de lo negativo e indeseable.
¿Acaso cuesta tanto ser respetuosos y tolerantes con el prójimo? ¡Claro que no!
¿El mero hecho de dar no es ya un beneficio en si, aunque no se obtenga nada a
cambio? ¡Por supuesto que lo es! Entonces, ¿qué nos pasa? Excesivo afán de
protagonismo, demasiado egoísmo, envidia, vanidad, rencores. Lejos de
celebrarlos y compartirlos, los aciertos ajenos nos irritan, nos agrian el
humor. Al que sobresale del resto hay que decapitarlo. Al que se eleva,
cortémosle las alas. Algunos a los que haces un favor, en vez de agradecerlo,
jamás te lo perdonan. ¡Quién se creerá que es! Pues, sencillamente, alguien que
te echó una mano, ¡ingrato! Mejor no hacer caso, ya que ayudando al que lo
necesita también te ayudas a ti mismo.
Da
gusto predicar en el bosque y no ahí fuera, en el desierto, donde todos hablan
y ninguno escucha.
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