lunes, 19 de enero de 2015

BUENAS NOCHES

Hace años hablaba, en mi diario, de las ilusiones perdidas. Fueron tiempos malos aquellos, en los que el mundo me parecía hostil y desértico. La muerte de mis padres, un desengaño amoroso y serios problemas de salud, provocaron un cataclismo en mí. Al releer esas páginas y revivir todo aquello, me sorprende haber podido superarlo. Hay náufragos que no recuerdan cómo llegaron a la orilla o quién los rescató. Lo cierto es que logré escapar del abismo con la lección bien aprendida. Nadie está a salvo. Escalar es duro y arriesgado; mantenerse es difícil. En cambio, caer es muy fácil. En cuestión de segundos podemos perderlo todo. Cuando presumimos de fuertes, la vida se encarga de demostrarnos lo contrario. La enfermedad y la miseria están siempre al acecho. Pensaran que soy pesimista: pues no, lo que no soy es ciego. No preciso ser confiado ni engañarme a mi mismo para disfrutar el presente. Tampoco me asusta el futuro, ya que, por malo que sea, en la vida –salvo la muerte- todo se puede afrontar y superar. A lo que si renuncio es a la soberbia, a creerme invulnerable, a la vanidad. El éxito es la antesala del fracaso y viceversa. El ayer nos enseña, el hoy es una nueva oportunidad y el mañana una incógnita. Ni euforias ni miedos. Vivir es saber esquivar y encajar golpes, y asumir la fortuna como algo pasajero sin vanagloriarse de ello. Paciencia, humildad, gratitud y generosidad. El resto es humo. 


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