sábado, 24 de enero de 2015

BUENAS NOCHES

Al releer a los poetas y novelistas del romanticismo me doy cuenta de cuánto hemos ganado y perdido en los dos últimos siglos. Nos guste o no reconocerlo, mucho de lo bueno que hoy disfrutamos se lo debemos al pueblo francés, que fue el primero en romper las cadenas del absolutismo y en sembrar, con su ejemplo, las semillas de la libertad y la igualdad en Europa y América. La Revolución, terrible y sangrienta, marcó un antes y un después en la historia de la humanidad. Cuando se presenta la gangrena es preciso amputar. La sociedad de entonces la sufría y reaccionó del único modo a su alcance. La nuestra padece hoy otro tipo de enfermedades que es preciso curar con urgencia para evitar males mayores y que no se repita la tragedia. 

Anteponer el corazón a la cabeza o, lo que es lo mismo, los sentimientos a la razón, entraña riesgos, pero, para algunos –entre los que me cuento- resulta inevitable. Y eso es ser romántico. Por supuesto que el romanticismo actual es diferente al del siglo XIX. El nuestro es menos idealista y apasionado, quizá porque no somos tan extremistas ni vivimos al límite. La inmensa mayoría hemos renunciado a la violencia, pese a que los noticiarios se empeñan en contradecirnos porque las buenas noticias no venden, y, con alguna que otra excepción, nos respetamos y entendemos más y mejor que entonces. Debemos continuar mejorando tanto en lo personal como en lo colectivo, a la vez que reconocer y defender lo ya logrado, que es mucho. Yo, al igual que el Principito, también cuido con esmero mi rosa y la llamo esperanza. 

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