viernes, 30 de enero de 2015

BUENAS NOCHES


La casa de mis tíos tenía jardín. Hay muchos tipos de jardines, en los que suelen predominar dos estilos, el francés y el inglés. El primero es muy decorativo y geométrico, pero, para mi gusto, peca de artificial. El segundo es más natural, improvisado y variopinto. Aquel en el que pasé mi infancia era de estos últimos. En él las plantas y las hierbas crecían libres, sin que apenas se notara en ellas la mano y los caprichos del hombre. Nada como aprender a amar la naturaleza sobre el terreno. En aquel centenar de metros cuadrados tomé conciencia de lo que son la zoología y la botánica. Vegetales, aves e insectos empeñados en alimentarse, reproducirse y sobrevivir. Vida y muerte representadas en un idílico escenario ante la curiosidad de un niño que lo observaba todo con ilusión y asombro. Allí aprendí la diferencia entre mirar y ver; entre la crueldad y la necesidad. La araña no es malvada ni la mariposa buena. No hay hormigas laboriosas y cigarras frívolas. Los pájaros no son verdugos ni las orugas víctimas. Todo tiene un porqué, y el mal sólo se da en aquellos que, conociendo el bien, pueden elegir. No me cansaré nunca de repetir aquello de Paul Eluard: “Hay otros mundos pero están en este”. Y, por insignificantes que parezcan, conocerlos supone una experiencia a la que no debemos renunciar.

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