Hay noches en las que
más que juntar letras apetece juntar recuerdos. Sobran explicaciones para
explicar lo inexplicable. Lo más socorrido es culpar de todo al corazón, a los
jazmines, a la luna, a Chopin, y hasta al grillo. Cualquier cosa menos
reconocer que donde hubo siempre queda, y los rescoldos tardan mucho –a veces
toda una vida- en enfriarse. Como siempre he sido un sopla nubes,
un iluso, no es raro que me pase. Y ya sé que no sirve de nada, que es una
absoluta pérdida de tiempo y un innecesario desgaste emocional y físico. Pero
el que esté libre de culpa que tire la primera piedra. Estoy seguro de que,
salvo algún hipócrita, nadie la tirará. Esta pantalla es mi confesonario, y
escribir en ella me ayuda a exorcizar demonios y a orear mi conciencia. La
memoria esta sembrada de fumarolas; dejemos de vez en cuando que la nostalgia
fluya y se entremezcle con las letras.
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