Escribir
nos permite viajar a otros mundos, habitar otras almas, latir en corazones que
no son nuestros. Para mí la prosa está ligada a la pintura y la poesía a la
música. Ambas, prosa y poesía, pueden fundirse en un mismo escrito sin perder
ninguno de sus atributos. Experiencia e improvisación no son contradictorias y
aportan solidez y frescura al texto. La verticalidad del poema y la horizontalidad del ensayo,
el cuento o la novela, al unirse crean un espacio y una atmósfera
narrativo-poética insuperables. En la república del idioma, artesanos y
orfebres juntamos letras, contamos sílabas, engarzamos palabras, construimos
frases, armamos versos. La mayor recompensa por tan ardua labor es que una vez
acabada logre reflejar aquello que pusimos en ella: el alma. Si sólo refleja
virtuosismo, talento, inteligencia, hemos fracasado. Cuando no se persiguen
elogios ni admiración, sino complicidad, y que otros se vean reflejados en lo
escrito y sientan lo mismo o parecido a lo que sintió el escritor, poeta o
juntaletras, al escribirlo, no hay mayor premio que la fusión y comunión de
almas. Que el lector pase a ser autor y viceversa, ese debe ser el gran logro:
el resto es vanidad, humo que llena pero no alimenta.
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