La memoria es como un
pura sangre, y hay que saber cuándo soltar o sujetar corto las riendas. Tan
malo es que se desboque como que se vuelva perezosa y mansa. Lo primero es
peligroso; lo segundo, muy aburrido. En ella es posible viajar en el tiempo,
incluso hacia delante. Me pregunto si no será lo que llamamos alma, o al menos,
parte fundamental de la misma.
Lo cierto es que sin ella no somos nadie. La posibilidad de perderla es más
aterradora que la muerte, tal vez porque hasta en el hipotético “más allá” es
necesaria. Dando por ciertas las creencias de algunos, cuando el día del
decisivo juicio nos interroguen sobre lo que hicimos o dejamos de hacer en este
mundo, cómo vamos a responder: No me acuerdo de nada.
Podría
escribir un libro de muchas, muchas páginas, sobre lo que recuerdo de mi lejana
o -si es cierto que la vida es un círculo- cercana infancia. Pero estaría
incompleto sin las aportaciones de otros. Déjenme madurar la idea, porque creo
que sería interesante crear en el bosque una sección en la que todo aquel que
quisiera hacerlo, nos hablara de su niñez, a ser posible adjuntando algunas
fotos. Denme su opinión al respecto, y si están de acuerdo lo pondremos en
marcha.
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