Somos hijos de la mar,
y en su orilla nos sentimos como lo que en realidad somos: peces fuera del
agua. Incluso aquellos que se adentraron demasiado en tierra y aún no han
sentido su fresca y húmeda caricia en los pies, la añoran y la aman. Hoy me dio
por sumergirme en sus aguas siempre frescas y acogedoras, y nadar un rato. Una
vez más experimenté la
sensación de paz y sosiego que se siente al flotar en ella lejos de la orilla,
y la infinita pereza de tener que volver. Ahora existe la costumbre de ducharse
con agua dulce después del baño. Yo prefiero regresar a casa oliendo a mar, con
salitre en la piel, que lo que nos arruga son los años y las penas, y tampoco
es malo envejecer. El gran charco atlántico que nos separa y nos une a la vez,
hoy estaba radiante. Y el aíre era tan puro y transparente que, por un momento,
creí verlos a ustedes al otro lado. Mejor dicho, los vi.
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