Sobre el tallo que la
sostiene y alimenta; ajena a las espinas que la protegen, la rosa se deshoja
entre lánguidos y fragantes suspiros. Cierto que aún se la ve hermosa, pero
sólo es un bello cadáver. La reina de las flores deja de reinar en cuanto la
cortan. El rosal era su palacio, su corona el rocío. Los perdió, ya no es ella.
El cristal y la porcelana son demasiados fríos. Convertida en
símbolo de algo que no entiende, se marchita, mientras sueña con la oscura
senda que habrá de recorrer para volver a florecer un día.
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