lunes, 10 de agosto de 2015

BUENAS NOCHES


Supongamos que alguien que conozco o creo conocer, a propósito o por casualidad, llega hasta aquí de vez en cuando y lee mis letras. No es cierto, pero puestos a suponer, supongamos que suele leerlas a menudo, porque, aún sin estar interesada en ellas, es persona curiosa y no hay nada malo en serlo. Tampoco sería descabellado pensar que, en ocasiones se preguntará: ¿esto lo escribió para mí, o pensando en mí? O incluso que, en vez de preguntárselo, lo creyera. Con razón o sin ella nos pasamos la vida imaginando cosas; a veces acertamos y otras no. Dado que es inevitable, no nos culpemos a nosotros mismos ni a nadie por ser imaginativos y soñar despiertos. Lo que esa persona no haría nunca para salir de dudas es dirigirse a mí; tal vez por considerarlo innecesario, o porque el riesgo de buscar la verdad es encontrar la respuesta. Si tras tantas suposiciones e hipótesis hubiera algo concreto en lo que apoyarnos para no seguir levitando en el limbo de lo posible, todo sería más fácil. Si el corazón y la cabeza hablaran el mismo idioma en vez de estar siempre enfrentados, no tendría sentido plantearse estas cosas. Pero somos como somos y no podemos ni queremos cambiar. Pese a que “de lo que escribe uno no sabe”, por no mantener por más tiempo con el alma en vilo a quien seguramente ya ni me lee ni me recuerda, no tengo ningún reparo en aclararle que no y sí escribo pensando en ella. 


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