Las raíces del ser
humano se extienden por su memoria y extraen de ella los nutrientes
imprescindibles para alimentar la mente y el espíritu. Todo lo que hemos
vivido, pensado, aprendido, imaginado y soñado, está en ella. No hacemos más
que compartir recuerdos, porque cualquier cosa que queramos transmitir a otro
ya es parte del pasado. Mientras las escribo, en el momento en que aparecen
en pantalla, estas letras también lo son. Lo que llamamos “presente” es el
punto imaginario en el que convergen el pasado y el futuro inmediatos. El “aquí
y ahora” al que tanto nos aferramos, en cuanto los percibimos son ya “allí y
antes”. Entonces, la diferencia está sólo en la proximidad o lejanía de los
recuerdos. Con el tiempo, el repetido uso de lo que llevamos archivado en la
memoria, lo altera, lo deforma, le añade y resta cosas. No revivimos el
original de lo vivido hace diez años, sino la copia de la última vez que lo
recordamos. Si alguien me reprocha que vivo en el pasado, lo que intenta
decirme es que retrocedo demasiado en él. Porque todos vivimos en el pasado, lo
queramos o no reconocer. Tómense un par de aspirinas para el dolor de cabeza, y
no me hagan mucho caso, ya que saber, lo que se dice saber, no sé.
No hay comentarios:
Publicar un comentario