martes, 11 de agosto de 2015

BUENAS NOCHES

Las raíces del ser humano se extienden por su memoria y extraen de ella los nutrientes imprescindibles para alimentar la mente y el espíritu. Todo lo que hemos vivido, pensado, aprendido, imaginado y soñado, está en ella. No hacemos más que compartir recuerdos, porque cualquier cosa que queramos transmitir a otro ya es parte del pasado. Mientras las escribo, en el momento en que aparecen en pantalla, estas letras también lo son. Lo que llamamos “presente” es el punto imaginario en el que convergen el pasado y el futuro inmediatos. El “aquí y ahora” al que tanto nos aferramos, en cuanto los percibimos son ya “allí y antes”. Entonces, la diferencia está sólo en la proximidad o lejanía de los recuerdos. Con el tiempo, el repetido uso de lo que llevamos archivado en la memoria, lo altera, lo deforma, le añade y resta cosas. No revivimos el original de lo vivido hace diez años, sino la copia de la última vez que lo recordamos. Si alguien me reprocha que vivo en el pasado, lo que intenta decirme es que retrocedo demasiado en él. Porque todos vivimos en el pasado, lo queramos o no reconocer. Tómense un par de aspirinas para el dolor de cabeza, y no me hagan mucho caso, ya que saber, lo que se dice saber, no sé. 

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