Recuerdo épocas de mi
vida en las que las puertas se abrían a mi paso. En esos breves y engañosos
paseos triunfales era fácil encandilarse y creer que es uno y no el azar quien
las abre. El tiempo no tardó en poner las cosas en su sitio, y una tras otra
fueron cerrándose, o mejor dicho, alguien las cerró desde dentro. Aún me
perturba el eco de los portazos. De la experiencia se aprende: hoy de ciertas
puertas ni al umbral me acerco.
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