Por más que “nieve” y
“mármol” sean metáforas frecuentes en poesía, no hay nieve en el espíritu y
menos aún en el cuerpo. En el alma mal puede haber frío, y cuando lo hay en el
cuerpo, es que está muerto. El sentimiento y el deseo ya sean sinónimos o
antónimos, siempre van juntos, son inseparables. ¿Cómo amar a alguien sin
desearlo? ¿Cómo estar triste sin desear estar alegre? Lo uno es
parte y consecuencia de lo otro. Pero desde muy niños nos inoculan la vacuna
del falso pudor. Y lo llamo “falso” porque todo lo basado en tabúes y
prejuicios lo es. El verdadero pudor ayuda a evitar banales excesos y grotescos
exhibicionismos. El otro nos lleva a temer y a repudiar lo natural, lo obvio.
Ciertas pasiones, lejos de ser “bajas”, y aunque no todo el monte sea orégano,
nos elevan al séptimo cielo. La maldad, -que mal que nos pese, existe- está en
la mente no el cuerpo. A mí sólo me escandalizan la hipocresía y el mal gusto,
no la naturalidad y sencillez de la anatomía humana. Porque eso no hay vestido
que lo disimule o lo cubra, y es deplorable y feo.
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