Encuentras una caja,
cometes el error de abrirla, y de improviso te asaltan un sin fin de recuerdos
de los que no puedes ni quieres escapar. Poemas, fotos, pequeños objetos, y un
nombre, ese nombre a cuyo conjuro la memoria también se abre de par en par.
Nada de lo que antaño fue fruto del amor y aún contiene su esencia, muere o se
olvida. Cuando nos suceden estas cosas nos damos cuenta de que lo
eterno habita en nosotros, y contra eso no se puede luchar. ¿De qué sirve
negarlo? Hay sentimientos sepultados bajo prejuicios, dudas, terquedad y
silencio, que no morirán nunca. Por más que tratemos de ocultarlos, de no
pensar en ellos, antes o después erupcionan. El corazón es un ardiente e
imprevisible volcán.
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