No hay una sola cultura
sino muchas y todas ricas y estimables. A lo largo de mi vida he conocido a
analfabetos muy cultos y a licenciados y doctores incultos hasta la médula, o
lo que es lo mismo, necios. No paramos de hablar de ella, de admirarla, de
exigirla, de presumir de poseerla, pero, ¿sabemos lo que es la cultura? Según
el Diccionario: “Conjunto de conocimientos que permite a alguien
desarrollar su juicio crítico.”, O bien: “Conjunto de modos de vida y
costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico,
industrial, en una época, grupo social, etc.” (Siempre me han hecho gracia, por
no decir otra cosa, los “etc” de la Academia.) Lo cual significa que un
aborigen que vive en un apartado rincón de la selva, y conoce su lengua, sus
costumbres, las plantas y animales, el clima, etc. es tan culto o más que
cualquiera de nosotros que nos llamamos civilizados por el mero hecho de vivir
en grandes poblaciones, disfrutar y padecer una tecnología que apenas
entendemos, usar jergas y conceptos abstractos, permitir que nos engañen y
exploten unos pocos, y, cada cierto tiempo, matarnos por millones en absurdas y
devastadoras guerras. La verdadera cultura no se enseña ni se aprende en las
escuelas y universidades, sino en la familia y en la calle. También en la
literatura y la poesía cuando reflejan o recrean la realidad, y no la deforman
o se la inventan. De modo que no nos dejemos acomplejar ni deslumbrar por
nadie. Los que se creen y se llaman cultos a si mismos, ya sabemos de que pie
cojean. Si, por ejemplo, usted no ha leído a un tal Montaigne, le recomiendo
que vaya a la biblioteca y lo lea. Pero si lo leyó, no lo entendió, y presume
de haberlo leído, tiene un grave problema.
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