Una detrás de otra
aparecen las letras en la pantalla, descubriendo a medida que se extienden por
ella ideas y sentimientos que los dedos transcriben al dictado del alma. No es
difícil juntarlas, lo único que hay que impedir es que los prejuicios las
frenen o las conviertan en borrones y tachaduras. Es todo un privilegio poder
usar las letras que usó Cervantes para escribir el Quijote, que son
también las que usaron Manrique, Lope, Quevedo, Borges, Machado, Neruda, Paz y
Cortazar. Con ellas herimos y acariciamos; las mismas que nos curan nos matan.
La únicas limitaciones de estas guerreras del idioma, son el talento y la
imaginación de cada uno, porque más allá de diccionarios y gramáticas, cuando
la necesidad o el capricho lo requiere, se prestan a crear palabras nuevas o a
modificar las antiguas. Cuidémoslas y no las traicionemos con dibujitos y
garabatos. El consabido tópico de que una imagen vale más que mil palabras, es,
como casi todos los tópicos, una verdad a medias. Cuatro letras, dos humildes
vocales y dos consonantes, en un segundo expresan lo que sentimos mejor que un
millón de imágenes. Sí, estoy pensando en la palabra “amor”.
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