sábado, 4 de julio de 2015

BUENAS NOCHES

Como resido en una isla cuando viajo me veo en la necesidad de usar el avión. Les extrañará que siendo búho deteste volar, pero me inquieta depender de unas alas tan diferentes a las mías. Pese a ello, la verdad es que he viajado mucho. Estuve en la India con Rudyard Kipling, en Malasia con Salgari, en China con Marco Polo, en Rusia con Dostoievski y Tolstói, en Egipto con Mahfuz, en Grecia con Homero, en Roma con Moravia, en Japón con Loti, en África con Hemingway y Conrad, en Norte América con Faulkner, en México con Reyes y Paz, en Cuba con Lezama y Cabrera Infante, en Colombia con García Márquez, en Argentina con Borges, Mujica Láinez y Pizarnik, en Uruguay con Onetti, en Chile con Neruda, Mistral y Rojas, en Perú con Vargas Llosa, en Brasil con Jorge Amado, y además di dos veces la vuelta al mundo con Verne y Blasco Ibáñez. Me van a perdonar, o a agradecer, que no siga, pero la lista sería demasiado larga. Lo cierto es que hay muy pocos lugares en el mundo en los que no haya estado, y siempre en la mejor compañía. Lo poco que sé lo aprendí en estos viajes, y lo bueno es que puedo repetirlos sin el menor esfuerzo. Conozco a más de uno que prefiere otro tipo de transporte mucho más caro y hasta peligroso para ir hasta donde yo he ido sin moverme de casa. Lo comprendo pero no les envidio. Hoy estuve con mi amigo Dostoievski en San Petersburgo, disfrutando del espectáculo de lo que ellos llaman “noches blancas”, que él plasmó en una romántica y deliciosa novela corta que se llama así, “Noches Blancas” y que les recomiendo leer. Ya ven, sin ser pescador ni haber pescado nunca, con qué habilidad y sutileza sé envolver el anzuelo. Si lo muerden me lo agradecerán. 

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