Ya que esta noche
parece obligado hablar de esto y ya saben que jamás me escondo, pues hablemos.
Por suerte tengo el ego demasiado reseco y arrugado como para que a estas
alturas se dedique a crecer. Aquí lo compartimos todo y este premio debemos
compartirlo también. Llevo cinco años escribiendo en mi rincón del bosque,
ilusionado con que lean, entiendan y les gusten mis letras, porque un
juntaletras sin lectores todavía es más triste que una mesa sin pan. Créanme,
sin su amistad y cariño, que suponen para mí el mayor de los estímulos, no
habría escrito tanto. Haber sido elegido para participar con dos de mis poemas
en tan merecido homenaje a Rubén Darío, y que mis versos vayan a ser publicados
en dos antologías junto a los de excelentes poetas me hace sentir como cuando
de crío mi madre me leía la Sonatina del maestro nicaragüense, y escuchándola
con los ojos cerrados soñaba con bellas princesas tristes. Esto le habrá
alegrado el alma y lo celebro. Comencé a escribir por verla contenta, y está
noche –como en tantas otras- la siento a mi lado leyendo no en el papel sino en
mis ojos lo que escribo.
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