No me gustan los mitos
porque la mayoría de los que creamos acaban cayendo de sus pedestales y
haciéndose añicos. Siempre preferiré lo humano con sus grandezas y miserias a
lo que en vano aspira a ser divino. Recordar que somos agua y barro nos ayudará
a mantenernos con los pies en la tierra y en nuestro sitio. Entre la hipocresía
de la falsa modestia y la insufrible y nunca justificada soberbia
está la sensatez que permite recibir y agradecer los elogios sin dejar que
conviertan el ego en un ridículo globo condenado, tarde o temprano, a
desinflarse o estallar. Endiosar a alguien es tan dañino como peligroso;
dejarse endiosar es un suicidio. Vivimos en un mundo donde todo va demasiado
aprisa, en el que relajarse y meditar es casi un lujo. Lo que hoy está de moda,
mañana acabará no gustándole a nadie. A quienes les fatiga pensar, les encanta
que otros piensen y decidan por ellos. Lo malo es que, ya puestos, piensan y
deciden por todos. Dado que no abunda el talento y es imposible fabricarlo en
serie, nos atiborran con mediocridades. Y de nada vale quejarse cuando la culpa
es más nuestra que de ellos. La frase es de la novelista Concha Alós: “Somos
enanos rodeados de enanos y los gigantes se esconden para reírse.” Pues si es
así, qué quieren que les diga: Intentemos crecer un poco cada día que, aunque
no lleguemos a ser gigantes, al menos respiraremos aíre puro en vez de tanto
humo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario