De lejos solemos ver
poco y mal. Nuestros ojos equivalen a una lente de 50 mm con un ángulo de
visión de unos 47 grados. Si nos acercamos mucho a las cosas no las
reconocemos. Me temo que al corazón le sucede lo mismo y no ve bien en las
distancias cortas donde se deja encandilar por reflejos y brillos. Pecamos de
ser tajantes definiendo conceptos de los
que es más lo que ignoramos que lo que conocemos. La realidad es uno de ellos.
Hablamos y escribimos ampulosamente sobre lo que es o no real, basándonos en la
información que captan nuestros sentidos, y nos quedamos cortos o nos pasamos
cien pueblos. La mejor de las cámaras no puede competir con el ser humano que
la supera en todo, pero de poco sirve que la maquinaria sea casi perfecta si no
la usamos para lo que fue creada. La macro fotografía nos permite aproximarnos a
lo que nos rodea y conocerlo mejor. La razón, la sensibilidad y la tolerancia
sirven para lo mismo. Decimos que el amor es irracional, cuando lo irracional
es conformarse a que lo sea. Nos ahorraríamos mucho dolor y desengaños si lo
basáramos en el conocimiento. En vez de quedarnos embelesados mirando y
recreando al otro, esforcémonos en verlo tal cual es. El miedo a descubrir como
es realmente el ser amado lo genera nuestra propia inseguridad y complejos.
Conocer, entender y aceptar la realidad es el único modo de poder disfrutarla.
Tampoco
me hagan mucho caso, que aún estoy bajo los efectos de contemplar tan de cerca
al bendito café.
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