viernes, 17 de julio de 2015

BUENAS NOCHES


Hace dos noches quería contarles algo y se me fue el santo al cielo, o la memoria se me acercó un poco más a la tierra, que dicho sea de paso, es donde acabará. Es una simple anécdota, pero muy significativa. 

Tenía necesidad de comprar pan, pero por menos de dos euros no me apetecía cambiar un billete de cincuenta ni pagar con tarjeta de crédito. Entonces eché mano de las monedas de uno y dos céntimos que voy dejando en una bandeja. Pero, tras reunir y contar las que necesitaba, acabé desechando la idea porque, a dónde iba yo con tanta “metralla” y qué pensaría la panadera. El miedo al “qué dirán ”nos condiciona hasta el absurdo de lo que les cuento, sólo por mantener las apariencias. Nos da reparo aparentar ser más pobres de lo que en realidad somos. Tratando permanentemente de disimular la edad, las carencias físicas, culturales y económicas, acabamos esclavizados por el personaje que elegimos representar. Y en el pecado va la penitencia, porque el miedo al ridículo nos lleva a caer en él, y el esfuerzo por mostrarnos cultos y pudientes nos empobrece aún más. El vestuario, los afeites, los compromisos sociales que tanto nos preocupan y afirmamos necesitar, además de inútiles, son un sumidero insaciable. Sencillez y limpieza es cuanto se precisa para salir a la calle con la cabeza alta y sin complejos. El resto sólo sirve para engañarnos a nosotros mismos y enriquecer a quienes lo fomentan. Pensado y hecho: dejé el disfraz en casa y salí a comprar con el bolsillo repleto de pequeñas monedas.


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