Nos reconocemos en los
espejos, porque la memoria humana es muy eficiente y generosa, y procura no
contradecirnos. En realidad somos una serie de imágenes superpuestas de menor a
mayor, algunas de las cuales en ocasiones se transparentan y nos permiten
vernos como fuimos antaño. Año tras año vamos madurando en el árbol de la vida
hasta el día en que la huesuda mano de quien ya sabemos sacude la
rama, y verdes o maduros regresamos a la tierra. Unos enteros y relucientes;
otros picoteados por la adversidad, pero portando semillas que, antes o
después, de un modo u otro, germinarán. Así son las cosas, y así debemos aceptarlas.
Mientras tanto, disfrutemos del sol y la lluvia; del rocío y la brisa; de los
días y las noches, sin preocuparnos por las huellas de lo vivido que nos surcan
la piel, ni por las briznas de emociones que llamamos canas. Ante un negro,
amargo y humeante café, con las sensación del deber cumplido, o casi. Me digo a
mi mismo que todo está bien, y que nunca es tarde. Es posible que mañana me
contradiga; esa será otra historia que espero poder contarles.
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