Suelo perpetrar versos
al amanecer, cuando ya el cansancio apagó las llamas y sólo me quedan brasas y
rescoldos en la cabeza. Los escribo con un pie en la vigilia y otro en el
sueño, sin extenderme mucho, a vuela pluma, –me encanta esta expresión-. Con lo
que me llega no sé de quién ni de dónde, voy pariendo heptasílabos y
endecasílabos, con los que horas después armo el poema. Ese es el
proceso. ¿Así de fácil? Pues sí, así de fácil: pero, -¿ven?, siempre acaba
apareciendo un “pero”-, requiere un previo peregrinaje por la vida y los
libros, con la mente, el corazón y los ojos bien abiertos. Sin voluntad y
esfuerzo, e hincar los codos y desollárnoslos en la mesa, no es posible crear
nada. Tal vez sea cierto lo del “don”, y que con él se nace, pero solo no
basta. Soy perezoso por naturaleza. Disfruto retozando a gusto; dejándome mecer
por las olas del ocio, y permitiéndoles que me lleven o me traigan de acá para
allá. Pero también hay que saber nadar a favor y contra corriente, y olvidar
por un rato las estrellas para mirar al suelo y evitar tropezones innecesarios.
Ni siempre hormigas, ni todo el tiempo cigarras: Esa es la cuestión.
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