viernes, 7 de noviembre de 2014

BUENAS NOCHES


En este mundo hay infinidad de cosas que nos están vedadas. Algunas las conocemos, otras no. Las que nos vedan personas o circunstancias y aquellas que nos vedamos nosotros mismos, es posible que un día se vuelvan asequibles. Quienes no desean vernos más (o nosotros a ellos), los problemas que somos incapaces de resolver, los lugares donde no queremos o no debemos regresar, son como bolas que giran en el bombo del azar, sin que sepamos cuál de ellas acabará pariendo ese oscuro y caprichoso vientre, fuente de bendiciones y desgracias. Todos, en mayor o menor medida, padecemos esto. Y las opciones, dependiendo de cuánto nos importa, son aceptarlo o rebelarse, porque la indiferencia, en tales casos, sólo enmascara la cobardía. Detesto las prohibiciones, no me gusta prohibir ni que me prohiban nada, pero sé que para mí están vedadas ciertas personas, ciudades, calles, casas, plazas, cafeterías, páginas. Entristece, indigna y conmueve saberlo, aunque el respeto, la dignidad y el sentido común obliguen a aceptarlo. El maestro Borges, lo expresó muy bien en su poema 1964: “Sólo me queda el goce de estar triste,/ esa vana costumbre que me inclina/ al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.”

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