Esta noche deseo pasarla conmigo a solas, sin echar de menos
a nadie. Antes de andar en travesías transoceánicas solía leer en la cama hasta
que el sueño me acababa venciendo. Libro y lector dormíamos juntos, cada uno en
lo suyo y sin incordiarnos. Quién sabe si los libros, cuando están cerrados,
sueñan con historias distintas a las que se ven forzados a repetir si alguien
los abre. Son tantas las cosas que uno ignora. Tal como les decía, me apetece
tumbarme, leer un rato, y quedarme dormido hasta que el sol acuda a
despertarme. En el bosque estaré en mi olivo; acá en un cuarto, rodeado de
libros, en el que tengo todo cuanto necesito. Lo único que me falta para que la
noche sea perfecta, es aquel grillo que acudía bajo mi ventana a interpretar
fragmentos de Vivaldi. Como la perfección no existe, hoy no vendrá: Tendré que
resignarme. En cuanto a ustedes, si no les apetece detenerse aquí, sigan de
largo, pero no se acuesten muy tarde. Ya saben, aunque la conversión dure muy
pocas horas, lo pesados que somos los conversos.
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