Es significativo que el tiempo que tanto nos desgasta
físicamente, a la vez nos vaya enriqueciendo el espíritu. ¿Acaso nos prepara
para lo que vendrá después? Ni yo ni nadie puede responder a esto, y el único
argumento de quienes se empeñan en afirmarlo o negarlo es la fe. Hace años un
cura me dijo: “Prefiero los ateos a los agnóstico como tú. Al menos ellos
arriesgan sus almas, y acabaran en el infierno. Ustedes son unos pusilánimes
que ni creen ni no creen, e irán al purgatorio. Pero si de mí dependiera, irían
todos al infierno.” Espero que no dependa de él. Aunque esté en total
desacuerdo, valoro mucho la sinceridad de aquellos a los que les importa un
bledo ser políticamente correctos, y dicen lo que piensan sin preocuparse de si
va a gustar o no. Por supuesto no creo en premios ni condenas eternas, y dudo
que exista el paraíso, el infierno y el purgatorio, pero respeto a quienes lo
creen. Aquel cura, que además de sacerdote era y se sentía militar, nunca
intentó convertirme. A pesar suyo me tenía cariño, y, sin pesar ninguno, yo se
lo tenía a él. En estos días en los que ando algo más confuso y escéptico de lo
habitual, disfruto aún más de la amistad y la compañía de los que siempre dan
la cara y hablan mirándome a los ojos. Porque las máscaras, comedias y segundas
intenciones son esperpénticas y cansan.
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