Aunque muchos crean que son sinónimos, hay mucha diferencia
entre los verbos amar y querer. La principal es que en el centro del amor suele
estar la pasión, que es un volcán activo, majestuoso y temible a la vez, y el
cariño suele ser un valle llano y tranquilo, con menos sobresaltos y sorpresas.
Con demasiada frecuencia el deseo, los celos y la nefasta creencia de que
podemos llegar a poseer a quien amamos, nos nublan la razón. Nadie puede, ni es
lícito, adueñarse de otro ser humano, por mucho que el lenguaje amoroso dé a
entender que sí. Además, partimos de una premisa errónea, la de necesitar al
otro. Una cosa es que quieras y te guste estar con determinada persona, y otra
que la necesites. La necesidad crea dependencia, y depender de alguien nos
impide ser libres, y sin libertad somos hojas a merced del viento. Va siendo
hora de replantearnos ciertos comportamientos y actitudes que damos, más que
por buenos por irremediables desde el principio de los tiempos. Ya sé que es
complicado cambiarlos de la noche a la mañana, pero cuanto antes empecemos,
mejor. Porque de nada sirve hablar de libertad sexual y de tolerancia, mientras
todo siga basado en los mismos cimientos de antaño. Seguramente para nosotros
sea ya un poco tarde, pero otros recogerán lo sembrado.
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