Pertenecemos a una sociedad ambivalente y contradictoria,
que confunde especialización con
cultura. En la que se nos recomienda austeridad mientras se nos incita
al consumo. Donde la muerte es un morboso espectáculo en películas y
telediarios, mientras cada día somos más reacios a entender y aceptar la
mortalidad. Los canales de información son tantos y plurales que podemos
conocer de inmediato lo que está sucediendo en nuestras antípodas, y, sin
embargo, en ningún otro periodo de la historia estuvimos peor informados.
Concedemos una importancia desmedida al éxito, y por carecer de paciencia y
capacidad de esfuerzo, en vez del camino del mérito escogemos el atajo de la
popularidad a cualquier precio que, irremediablemente, conduce a la
mediocridad. La libertad ilimitada y sin reglas, tan atractiva para muchos, a
los más desfavorecidos los está convirtiendo en esclavos. “En un mundo de
ciegos el tuerto es el rey”, y hay muchos “tuertos” desmantelando lo que tanto
esfuerzo y sacrificios nos costó conseguir. Lo bueno es que nuestra ceguera se
curaría simplemente abriendo los ojos; y lo malo, que si tardamos mucho en
abrirlos, lo que veremos nos va a dejar helados.
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