Vivimos inmersos en una vorágine de intereses, y cada cual,
en río revuelto, trata de pescar lo que buenamente puede. Mi problema es que yo
nunca he sido aficionado a la pesca, y mi único interés es vivir tranquilo y a
gusto sin complicarme en historias que ni me van ni me vienen. De modo que, lo
que me apetece es quedarme en mi torre de barro y piedras –nunca me gustaron
las de marfil-, y no emprender batallas que, de antemano, doy ya por perdidas.
“La primera vez que te engañan culpa al otro, la segunda cúlpate a ti mismo.”
El ego y la vanidad nos pierden, haciéndonos creer en imposibles. Lo que es, es
y lo que no es no es. No hay que darle más vueltas ni caer en espejismos vanos.
Ciertas relaciones son como una partida de póquer en la que cada cual aparenta
tener lo que no tiene, pero a algunos se nos da muy mal ese juego, y nada hay
más absurdo que jugar cuando sabes que ante ciertos tahúres siempre vas a
perder. Pues bien, no me interesa malgastar mi tiempo en eso. No necesito
demostrar ni demostrarme nada. A estas alturas de mi vida, detesto aparentar lo
que no soy y nunca seré. Y si me veo forzado a sentarme a la mesa, las cartas
boca arriba, y que gane el mejor o el que tenga más suerte, no un farsante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario