De esta leyenda hay varias versiones; la que voy a contarles
es mi preferida.
Resulta que la ninfa Liríope tuvo un hijo, y preocupada por
su futuro consultó a un vidente, el cual le aseguró que el joven viviría muchos
años mientras no se conociera a si mismo. Hasta aquí todo bien, ya que si la
única condición fuera esa, todos viviríamos tantos o más años que Matusalén.
Pero cuando hay ninfas y diosas de por medio, nunca se sabe. Narciso, que así
se llamaba el hermoso joven, gustaba de cazar ciervos en el bosque, y, Eco, una
ninfa que andaba por allí, se enamoró de él. En fin, cosas que pasan. La tal
Eco había sido maldecida por Hera, la esposa de Zeus, a solo poder repetir lo
que otros decían, y no pudo comunicarse con Narciso hasta que el joven, le
preguntó al oírla llegar, ¿quién está ahí?, a lo que Eco sólo pudo responderle,
¿quién está ahí? Harto de que ella le contestara lo mismo que él le preguntaba,
Narciso la dejó plantada en medio del bosque. La pobre Eco se quedó sola para
siempre y nunca conoció el amor. Lo malo es que el muchacho, que era
excesivamente vanidoso, rechazó a algunas más, y una de ellas no se resignó
como las otras, y pidió a la diosa Némesis que lo castigara. De modo que esta
le hizo sentir mucha sed, y cuando fue a beber a un arroyo y vio su imagen
reflejada en él, se enamoró de si mismo, y por no dañar su reflejo ni dejar de
mirarse, acabó muriéndose de sed. Se cuenta que entonces intervino su madre, y
al morir se convirtió en flor. Bueno, ya saben de dónde proceden los
narcisos.
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