Hay muchos tipos de heridas, y no me refiero a las del
cuerpo, sino a las que laceran lo más hondo, a aquellas que tanto tardan en
cicatrizar o no cicatrizan nunca. Las del desamor, el odio, la injusticia, la
incomprensión, la intolerancia y el miedo, son terribles y muy difíciles de
curar. Después están las otras que magnificamos innecesariamente. Simples malos
entendidos, llamadas de atención, leves arañazos al ego, que no son más que
meros incidentes banales y diminutas bolas de nieve, acaban provocando rupturas
y aludes de reproches cuando el orgullo se impone a la razón. Una vez
reconocido y asumido el error, es innecesario tratar de justificarlo y culpar a
quien nos lo hizo ver. Todos nos equivocamos, y lo que debería avergonzarnos no
es la equivocación o el que se sepa, sino el no saber reconocerla y rectificar
a tiempo. En ningún caso está justificado aislarse o cavar trincheras. Si cada
vez que he cometido un error hubiera hecho algo parecido, aún estaría en una
isla desierta u oculto bajo tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario