Escribimos desde y sobre el dolor, porque continua vivo en
la memoria y no se calma ni se olvida jamás. La alegría, en cambio, es tan leve
y frágil como un sueño y no cala en lo más hondo. Antes de que queramos darnos
cuenta se va difuminando, se esfuma, se apaga, y con el tiempo sus vaporosos
pétalos acaban convertidos en espinas. Nadie se identifica con ella, porque es
patrimonio exclusivo de quien la siente, y pocos saben o quieren compartirla.
Al que sufre le son indiferentes los jolgorios ajenos, y es de mal gusto
celebrar fiestas en un duelo. Donde hay penas y lágrimas están demás las risas.
De los muchos poemas que recuerdo, ninguno es alegre.
Por si fuera poco, las fechas que se aproximan, tan
entrañables antaño, son tristes recordatorios de épocas y personas que quedaron
atrás. Ni el alcohol ni los dulces logran borrar o endulzar lo perdido.
Afortunados aquellos que se aferran a la tabla del Carpe diem y al optimismo.
Yo no puedo y naufrago, una vez más, en la nostalgia. Sin rencores, reproches
ni remordimientos, voy dejando que transcurran los días, las felicitaciones,
los buenos deseos, hasta alcanzar la orilla del nuevo año. En ella podré seguir
juntando letras, leyendo, escuchando música, compartiendo el día a día con mis
amigos, sin almuerzos ni cenas de compromiso. lotería, guirnaldas, burbujas y regalos.
Prefiero ser yo mismo sin que nada ni nadie me cambie el paso, y sonreír cuando
me venga en gana, no para quedar bien. En fin, antes de que me alcance la
vorágine, me retiraré a mis cuarteles de invierno. Contra el desenfreno, la
euforia y el despilfarro, el campo y la naturaleza son el mejor antídoto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario