“Pobre cuerpo, inocente animal tan calumniado: tratar de
bestiales sus impulsos, cuando la bestialidad es cosa del espíritu”. (Luis
Cernuda, “Posesión”).
No entiendo la obsesión de algunos por atribuirle al cuerpo,
a lo carnal, todo lo malo, infecto y pecaminoso de este mundo. Como si la
oxitocina y la testosterona fueran algo así como gas mostaza. Mero puritanismo
e hipocresía que acaban convirtiendo lo natural en algo reprobable que se debe
reprimir y ocultar. Uno se harta de tanta represión y doble moral. Lo que la
mayoría hacen en privado, después van y lo condenan en público, poniendo a los
pies de los caballos a quienes no les da la gana de ir por la vida fingiendo,
ni son partidarios del celibato. Quien tiene apetito, que coma; quien tiene sed,
que beba; y si necesita sexo y encuentra con quien practicarlo libremente, que
lo practique. Otra cosa son el amor y la relación de pareja. La fidelidad en
tales casos, siempre que sea acordada entre las partes y no impuesta por
prejuicios y tabúes sociales o religiosos, está muy bien. En un mundo en el que
la violencia, la rapiña y el hambre hacen estragos, escandalizarse o condenar a
alguien por cuando o con quien se acuesta o se levanta, tal vez no sea pecado,
pero sí una estupidez.
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