Esta noche de nuevo se me presentó Borges con sus senderos
que se bifurcan. Uno la calle en la que
no sabes a donde ir ni con quien vas a encontrarte. El otro la casa en
la que te aguarda la soledad. Entre estar solo rodeado de gente, y estarlo
entre libros y fantasmas que me resultan familiares, escogí lo segundo. La
única compañía grata y aceptable a estas horas es aquella de la que yo carezco.
Y no vale de nada echar de menos lo que no te has sabido ni te sabes ganar.
Como diría don Mario: “la culpa es de uno cuando no enamora, y no de los
pretextos ni del tiempo.” En determinados momentos cambiaría todo lo que tengo
por lo que algunos tienen y ni siquiera saben valorar. Pero las cosas son como
son y no como nos gustarían que fueran. Tanto juntar letras y cuando de verdad
me apetece y necesito decir algo, no se me ocurre nada. Y cuando se me ocurre,
ya no hay nadie que lo pueda escuchar. Pues bien, a resignarse a lo que pudo
ser y no fue, a otra noche en la que el tiempo se me hará eterno, a soñar con
quien no está. Y lo peor es la duda de si todo esto es inevitable o es culpa
mía el que no se dé. Ahora mismo la luna, los jazmines, el grillo Vivaldi y el
oporto, me traen sin cuidado. Para que se me entienda: daría mi reino no por un
caballo, sino por un minuto escaso de realidad.
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